El cambio tecnológico pone en juego los esfuerzos para no dejar a nadie atrás

10 de Diciembre de 2018


La Agenda 2030 presenta una oportunidad histórica para encaminar al mundo hacia un futuro sostenible. En doce años, la prueba de fuego será averiguar si hemos cumplido la promesa de que nadie se quede atrás. Ello dependerá, en cierta medida, de nuestra capacidad de respuesta a la cuarta revolución industrial.

La velocidad y la ubicuidad del cambio tecnológico ofrecen oportunidades sin precedentes para el desarrollo sostenible, a la vez que entrañan el riesgo de que aumenten las desigualdades dentro de los países y entre ellos. Es tarea de los responsables de la formulación de políticas aprovechar esta transformación para bien, y mitigar sus riesgos.

La inteligencia artificial puede mejorar la calidad y el alcance de la asistencia sanitaria, habida cuenta de que la mitad de la población mundial aún no tiene acceso a los servicios esenciales de salud; las tecnologías digitales pueden impulsar la productividad agrícola; las imágenes satelitales pueden combatir la deforestación; los buenos métodos de análisis de datos pueden identificar las necesidades y ayudar a seguir el progreso en tiempo real; los drones pueden entregar suministros esenciales; y la financiación digital puede permitir que los nuevos modelos presten servicios básicos.

Se estima que para el año 2022 podrían surgir 133 millones de nuevos puestos de trabajo en los que interactúan humanos y máquinas; sin embargo, al mismo tiempo, 75 millones de empleos podrían verse reemplazados. Y, mientras que la inteligencia artificial podría inyectar hasta 16 billones de dólares a la economía mundial para 2030, se prevé que el 70% de las ganancias se generarían solo en Norteamérica y en la República Popular China.

Muchos países no tienen los medios ni la infraestructura para aprovechar los avances tecnológicos. Por ello, el riesgo es una "gran divergencia" que limita las posibilidades de transformación estructural en los países que se quedan atrás. Es probable que el desarrollo basado en la industrialización tradicional no sea adecuado, ya que la industria manufacturera sigue perdiendo el potencial para atraer a los agricultores o a los trabajadores de sectores informales.

En la actualidad, a nivel mundial, mil millones de personas carecen de la alfabetización y las competencias digitales necesarias. Asimismo, menos de la mitad de la población mundial utiliza Internet y la brecha de género resulta evidente: 200 millones de mujeres menos que de hombres tienen acceso a Internet.

Por lo tanto, aprovechar las oportunidades del cambio tecnológico para lograr los objetivos de desarrollo sostenible para todas las personas requiere un giro profundo y urgente. Necesitamos una nueva clase de respuestas de políticas y decisiones institucionales en concordancia con el compromiso de poner fin a la pobreza extrema, reducir las desigualdades, hacer frente a la discriminación y acelerar el progreso de las personas más rezagadas.

El PNUD, por ejemplo, ofrece un marco para que los gobiernos y las partes interesadas analicen cómo las personas se quedan atrás dados cinco factores: la discriminación, la mala gobernanza, las crisis y la fragilidad, su situación socioeconómica y su lugar de residencia. Los responsables de la formulación de políticas deberían tomar medidas para examinar las desventajas a las que se enfrentan las personas en relación con estos cinco factores clave; empoderar a las comunidades marginadas y pobres para que participen de manera significativa en la toma de decisiones; y promulgar políticas que aborden las causas fundamentales de la desigualdad y la privación, así como liberar el potencial humano para adaptarse de manera creativa a las nuevas realidades, incluidas las que conllevan el cambio tecnológico.

A pesar de que las tendencias generales de la cuarta revolución industrial son claras, se desconoce el alcance exacto de su impacto. Por lo tanto, debemos ser cautelosos respecto a las recomendaciones de políticas tradicionales y preconcebidas. El PNUD está dispuesto a trabajar con los países, las empresas y otras entidades para identificar vías personalizadas, con el fin de ayudar a garantizar que los beneficios de los avances tecnológicos lleguen a las personas que se han quedado más atrás.

*Artículo publicado originalmente en OECD-development matters.